El compromiso crítico del Padre José María Tojeira: entre la justicia salvadoreña y la resistencia nicaragüense

José María Tojeira, jesuita de vocación firme y pensamiento lúcido, encarnó la defensa de los derechos humanos de una forma comprometida, que entiende el caminar como cimiento ético y política transformadora. Su voz, siempre cercana a la dignidad humana, resonó fuerte desde El Salvador y alcanzó con igual claridad la opresión nicaragüense.

En El Salvador, José María Tojeira se convirtió en una figura clave en la defensa de los derechos humanos y la construcción de memoria histórica. Llegó al país en 1985, en plena guerra civil, y asumió el reto de acompañar a comunidades empobrecidas y perseguidas.

Como provincial de los jesuitas de Centroamérica, enfrentó el momento más oscuro de la represión: la masacre de los seis sacerdotes jesuitas y dos colaboradoras de la UCA en noviembre de 1989. Fue él quien, con serenidad y firmeza, exigió verdad y justicia frente a la impunidad militar y la indiferencia internacional.

Más tarde, como rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), fortaleció la visión de Ignacio Ellacuría, consolidando la universidad como un faro de pensamiento crítico y compromiso social.

Desde ese espacio, y posteriormente como director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA), Tojeira acompañó causas emblemáticas como la masacre de El Mozote y la persecución contra defensores de derechos humanos, convirtiéndose en una voz moral que denunciaba tanto a los gobiernos autoritarios como a las élites económicas que sostenían la desigualdad.

Su legado en El Salvador trasciende la academia: es la memoria viva de una Iglesia que opta por los pobres y desafía la injusticia estructural.

En 2018, Tojeira escribía con inusitada claridad: “La libertad religiosa no existe en Nicaragua, como tampoco está vigente la libertad de expresión” y alertaba que “la consigna es aterrorizar al pueblo nicaragüense golpeando a la organización de la sociedad más fuerte numérica y moralmente del país. Sus palabras, lejos de ser flor de ocasión, denunciaban un proyecto de aniquilación del tejido democrático con cálculo y brutalidad.

Cuando la dictadura orteguista confiscó la UCA en Managua, Tojeira no se silenció. La consideró “una universidad con investigación, con criterio propio que educaba para la crítica, para la democracia, para el respeto a los demás”, y lamentó que su supresión significara una pérdida sustancial para Nicaragua. Y luego se enriquecía de muchas personas, en una ocasión me consultó sobre como miraba el rumbo de Nicaragua y seguidamente en muchos de sus análisis, denunciaba que “en Nicaragua se ha instalado un régimen de terror, de cárcel, confiscación de bienes, amenazas de diverso tipo, expulsiones del país mucho más duro del que existió en otros países”

Su mirada no se detuvo en los hechos. Elevó el discurso al plano político global: señaló que Ortega y Murillo han abusado tanto del poder, y adelantó la posibilidad concreta de llevar este caso a instancias internacionales como la Corte Penal Internacional. Como compañero de Amando López uno de los filósofos asesinados en la UCA, supo siempre tener esa intuición política —combinando esperanza y denuncia— que es profundamente característica de la defensa de los derechos humanos. ética y estratégica.

Como intelectual crítico, Tojeira no concedió a la dictadura ni la narrativa ni el control: denunció la venta discrecional de terrenos de la UCA a allegados del régimen como corrupción del régimen. Su enfoque fue claro: el saqueo de lo común es también la erosión de lo público, una ofensa moral y política que se debe repudiar con rigor.

En este cruce de defensa universitaria, derechos humanos y resistencia política, el legado de Tojeira ilumina el camino, de que otra Centroamérica es posible.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *